Enamorándome de mi esposa provisoria

Capítulo 3



Capítulo 3

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Kathleen se volvió con una leve sonrisa y la tranquilizó:

—No tengo intención de involucrarla, Sra. Williams. —Con eso, procedió a salir.

Las lágrimas comenzaron a caer por el rostro de Quinn. La madre de Kathleen era su mentora, pero no podía hacer nada para ayudarla. Si tuviera que mirar a su maestra a la cara, no sabía cómo podría.

Cuando Kathleen salió del departamento de obstetricia y ginecología, le mostró a Tyson el informe que tenía en sus manos:

—Míralo bien. No estoy embarazada, así que ya puedes irte.

Lo que dijo hizo que el hombre se sintiera incómodo.

—¿Adónde se dirige, Sra. Macari? La llevaré —ofreció. Luego, hizo una pausa y añadió con una voz más suave—: El Sr. Macari me dijo que lo hiciera.

—No me gusta que me sigan. Puedes decirle a Samuel que buscaré a la abuela, pero ahora tengo otra cosa que hacer —declaró Kathleen.

—Entendido —Tyson asintió.

Kathleen se dio la vuelta y se marchó. Tras dar dos pasos, se dio cuenta de que había olvidado agarrar su teléfono, así que volvió a buscarlo.

Cuando salió, alguien la detuvo llamándola por su nombre:

—Kathleen —la voz de Nicolette llegó a sus oídos.

Ella se congeló. «¿Cómo acabé encontrándola?», se lamentó. Se dio la vuelta en silencio y miró a Nicolette, que estaba vestida con una bata de hospital y parecía un poco pálida. Aun así, seguía estando hermosa.

A pesar del parecido físico entre ambas, sus temperamentos eran muy diferentes.

Kathleen era seductora, pero había algo inocente en ella. Nicolette, en cambio, era una mojigata. Los dos eran mundos aparte.

—¿Qué haces aquí? —cuestionó, frunciendo el ceño. Nicolette le devolvió una fría mirada. Un destello de envidia brilló en sus ojos.

—Me han ingresado en el hospital por leucemia —confesó.

—¿Leucemia?

—Samuel fue el que arregló que me admitieran aquí —sonrió—, ah, claro, he oído que el tratamiento de la leucemia en este hospital fue perfeccionado por tus padres.

Sus palabras disgustaron a Kathleen. No le gustaba la idea de que Nicolette recibiera el tratamiento que sus padres habían perfeccionado.

—Buena suerte con tu tratamiento, entonces —dijo sin emoción. Quería irse, pero Nicolette la detuvo de nuevo:

—Devuélveme a Samuel, Kathleen.

Hizo una pausa, pero la mujer siguió:

—Si no fuera porque tú me lo arrebataste, habría sido yo la que se hubiera casado con Samuel hace tres años. Por tu culpa, estuvimos separados durante tantos años, y ahora, estoy enferma. ¿Todavía

pretendes tenerlo para ti? Ni siquiera te quiere —arremetió.

Kathleen permaneció inexpresiva:

—Qué broma. Si quiere divorciarse, debería ser él quien hablara conmigo de ello. ¿Por qué eres tú la que lo dice? ¿Es tan cobarde?

La verdad era que sabía que Nicolette sólo había dicho eso a propósito para provocarla y hacerle saber lo mucho que Samuel se preocupaba por ella. Aunque Kathleen era consciente de ello, eso no cambiaba el hecho de que le doliera. Después de todo, lo había amado durante muchos años.

—Samuel sólo se siente mal —murmuró Nicolette entre dientes apretados—: Crees que es natural que estés con Samuel porque perdiste a tus padres y le gustas a la vieja señora Macari. Pero parece que has olvidado que él no te quiere. Ni siquiera un poquito.

—¿Cómo puedes estar tan segura? —desafió Kathleen. Nicolette se quedó aturdida al oír eso.

—¿Por qué me tocaría si no me amara? —Kathleen continuó burlándose.

Nicolette tembló un poco. En ese momento, miró detrás de la enferma joven.

—¿Samuel?

Kathleen se congeló por un segundo y sonrió tranquila. «Supongo que al final caí en la trampa», se percató. Se dio la vuelta y fue recibida por la imagen de un hombre frío y llamativo.

—He venido a hacerme un chequeo. Ahora me voy —anunció.

—¿Y cuáles fueron los resultados? —preguntó Samuel con voz frígida.

Kathleen sacó el informe del laboratorio y lo metió en el bolsillo de su traje. Con una sonrisa en la cara, respondió:

—No te preocupes. No estoy embarazada.

Él agarró el informe con un ligero malestar en su corazón. A decir verdad, se había hecho ilusiones. Sin embargo, la sensación pronto se disipó.

—Bueno, ya que no estás embarazada, hablemos del futuro —sugirió de forma despreocupada.

—¿Seguro que quieres hablar de eso aquí? —Kathleen parecía agraviada—: Ni siquiera he comido, para poder hacerme el test.

—Pues vete a comer —respondió impasible Samuel.

—Llévame —Kathleen sonrió—: Podemos hablar mientras comemos.

Samuel la miró sin ninguna calidez en sus ojos.

—No intentes nada raro.

Kathleen soltó una risita, que fue música para sus oídos.

—Si hubiera intentado algo, estarías arrodillado frente a la abuela en este momento. Todo lo que pido es que me acompañes a comer.

Samuel frunció el ceño.

—Puedes ir con ella, Samuel. Te esperaré —dijo Nicolette, fingiendo comprensión. Kathleen sonrió y se agarró al brazo del hombre.

—Si usted lo dice, Sra. Yoeger. Vamos. Hay un lugar cercano que he querido probar desde hace tiempo.

Nicolette observó cómo se agarraban los brazos con veneno en los ojos. Samuel la miró y le dijo:

—Vuelve a la sala y descansa un poco. Volveré pronto.

—De acuerdo —Nicolette se mordió el labio—: Vuelve rápido. Vamos a comer juntos.

—Claro —Samuel asintió. Kathleen le arrastró fuera y fueron al restaurante cercano que ella había mencionado.

Agarró un menú, con aspecto relajado.

—¿Qué vas a pedir, Sam?

—No voy a comer.

—Estás tratando de guardar algo de espacio en tu estómago para almorzar con Nicolette más tarde, ¿verdad? Lo entiendo —Kathleen hizo un gesto para el camarero—: ¿Puedo pedir una ensalada de quinoa? También quiero un plato de muslos de pollo. Gracias.

—Claro —el camarero asintió y se alejó.

Samuel frunció el ceño:

—¿Por qué comes tanto?

Sabía que Kathleen tenía poco apetito. Se quedaba llena después de unos pocos bocados.

—¿De verdad, Sam? Sólo he pedido un bol de ensalada de quinoa y unos muslos de pollo, ¿y crees que estoy comiendo demasiado? ¿Ha quebrado tu empresa o algo así? ¿Ahora eres pobre?

—Sólo come.

A veces, su descaro era adorable. Otras veces, sin embargo, era exasperante. Aun así, Samuel tuvo que admitir que no había sido tan malo esperar el regreso de Nicolette durante los últimos tres años con Kathleen a su lado.

Cuando se sirvió la comida, ella empezó a comer. En ese momento estaba muerta de hambre, al igual que el bebé que llevaba en el vientre.

Mientras masticaba su ensalada, sus mejillas se hincharon. Esa acción suya era muy bonita, y parecía una ardilla.

—¿Qué querías decirme? —preguntó Kathleen en voz baja.

—¿Qué te dijo Nicolette hace un momento?

Kathleen frunció el ceño. «¿Intenta ajustar cuentas?», se burló.

—Me dijo que tenía leucemia.

—Es cierto. Fui a buscar una médula ósea compatible para ella. Para mi sorpresa, hay un donante en este hospital cuyo tipo de sangre es compatible con la suya. ¿Puedes adivinar quién es?

El párpado de Kathleen sufrió un pequeño espasmo:

—¿Soy… yo?


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